En muchas ocasiones se utilizan los términos de microbioma y microbiota como si se trataran de sinónimos, pero lo cierto es que no lo son. El microbioma es la comunidad de bacterias (microorganismos primarios) y sus genes (secundarios) que viven en un entorno específico, teniendo en cuenta las condiciones ambientales y las interacciones entre ellos. La microbiota o microflora es el conjunto de microorganismos (todas las bacterias, arqueas, eucariotas y virus) presentes en un entorno definido1.
La microbiota se distribuye en nuestro organismo a lo largo de la piel y las mucosas que se comunican con el exterior, mayormente, la vagina y el aparato digestivo. La microbiota intestinal es uno de los hábitats microbianos más densamente poblados y se compone de más de 100 billones de microorganismos de más de 1000 especies bacterianas con capacidad de modular las vías metabólicas en el huésped, incluidas las implicadas en la homeostasis energética2-5.
Las funciones de la microbiota intestinal son múltiples, y la evidencia actual pivota alrededor de tres ejes principales: la defensa del organismo (mantiene la integridad intestinal y la reparación de la barrera epitelial tras una lesión intestinal, la protección contra patógenos, la degradación de toxinas y la regulación de la respuesta inmune), la nutrición (juega un papel importante en la degradación y la absorción de nutrientes) y el estado de ánimo y su capacidad de influir en el comportamiento de los individuos (eje intestino-cerebro)4-7.
La comunidad de bacterias, virus y hongos prevalentes que habitan el tracto gastrointestinal humano ejercen funciones metabólicas únicas en el huésped y son de importancia fundamental para la salud y la enfermedad. La “disbiosis intestinal” promueve los procesos inflamatorios e infecciosos y se ha relacionado en los últimos años con la patogénesis de trastornos intestinales funcionales como la enfermedad inflamatoria intestinal, el síndrome del intestino irritable, y/o desarrollo de afecciones gastrointestinales como el cáncer de colon y la diarrea asociada a antibióticos; y entre los trastornos extraintestinales se incluyen, entre otros, la diabetes mellitus tipo 2, el síndrome metabólico, la enfermedad cardiovascular, la obesidad, el cáncer colorrectal e incluso las enfermedades neurodegenerativas5-7.
La alimentación influye notablemente en la composición y las funciones de la microbiota intestinal, y a la vez, las variaciones en la biodiversidad de la flora intestinal pueden repercutir sobre el estado de salud del huesped.
Es importante subrayar que lo que comemos tiene una gran influencia en la de la microbiota intestinal. Una dieta basada en una gran variedad de alimentos no procesados, principalmente alimentos frescos de origen vegetal, rica en fibra como el patrón de la dieta mediterránea, junto con grasas animales derivadas del pescado azul está relacionada con una microbiota intestinal beneficiosa para la salud.
Además de la importancia de llevar una alimentación equilibrada basada en el patrón mediterráneo, se debe considerar que la microbiota se puede modular mediante ciertos grupos de alimentos y componentes de la dieta como son los probióticos (Lactobacillus y Bifidobacterium, levadura Saccharomyces boulardii y algunas Escherichia coli y especies de Bacillus, que podemos encontrar, por ejemplo, en el yogur natural, el quéfir, el vinagre de manzana o el chucrut, entre otros alimentos)8,9, prebióticos (la inulina, los fructooligosacáridos y los galactooligosacáridos, que nos pueden aportar los espárragos, la alcachofa, la cebolla, el ajo, el puerro, la achicoria, el kiwi, el plátano verde, las legumbres y la avena)9,11 y simbióticos (la leche materna es mejor ejemplo)11, polifenoles (los kiwis, los frutos rojos, como los arándanos, los frambuesas, las fresas y las grosellas, el chocolate negro al 80 %, el aceite de oliva virgen extra, las crucíferas o el té verde)12-14,y ácidos grasos Omega-3 (sus principales fuentes son el pescado azul, como la sardina, el arenque, la caballa, el bonito, el salmón o el atún, los frutos secos y las semillas como las de chía o lino)16.
Por el contrario, una dieta rica en alimentos ultra procesados, con azúcar y sal añadidos, incremento de proteína y grasa animal junto con la ausencia de fibra dietética se vincula a microorganismos asociados a la obesidad, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes tipo 217.
Así pues, promover una alimentación equilibrada y saludable que ayude a mantener una microbiota diversa y estable es fundamental para prevenir y tratar las enfermedades de nuestros pacientes, entre las que se encuentran los trastornos digestivos.
Bibliografía
déjanos un comentario