El desarrollo del sistema inmunológico responde desde el nacimiento ante estímulos procedentes del entorno, la alimentación y las emociones. Desde el paso del bebé por el canal del parto hasta la más avanzada edad, el sistema inmunitario está en continuo desarrollo, influenciado principalmente por los factores ambientales que incluyen desde la naturaleza del nacimiento de un individuo y su exposición a microorganismos y antibióticos hasta su alimentación. La presencia de estos factores puede provocar respuestas inadecuadas del sistema inmunológico que pueden hacernos más vulnerables a las infecciones o desencadenar ciertas enfermedades, como las alergias o las enfermedades autoinmunes1,2.
Algunos de los factores que afectan nuestra inmunidad no podemos modificarlos, pero otros sí dependen de nuestras actitudes. Es importante adoptar un estilo de vida saludable desde la infancia que favorezca un estado inmunológico fuerte y capaz de defendernos de las agresiones externas.
Para fortalecer el sistema inmune y favorecer su desarrollo adecuado, es imprescindible que el niño tenga una alimentación adecuada, variada y completa, que aporte los macronutrientes y micronutrientes necesarios en cada fase del crecimiento. En los primeros meses, lo ideal es la leche materna, pero si la lactancia no es posible o no resulta suficiente, podemos complementarla con leches infantiles con formulaciones avanzadas1.
A medida que el niño crece y empieza a tomar alimentos sólidos, es fundamental que la alimentación sea variada y equilibrada, muy rica en alimentos frescos y ricos en vitaminas y minerales: fruta, verduras, hortalizas, cereales, preferiblemente integrales, legumbres y frutos secos. Entre las frutas, el kiwi, en todas sus variedades, es una excelente y rica fuente de vitamina C, ya que en una única pieza de fruta cubre el 100% de las necesidades diarias de ácido ascórbico, y como tal contribuye al funcionamiento normal del sistema inmunitario3. El aporte de energía debe ser el correcto: no estar por debajo, pero tampoco por encima de las recomendaciones, ya que el aporte excesivo de energía afecta a la capacidad del sistema inmunológico de combatir infecciones4.
El estrés puede afectar el bienestar físico y psicológico, y se ha asociado con una serie de enfermedades inmunológicas. El tipo y la magnitud de las alteraciones de la respuesta inmunitaria dependen de varios factores, incluida la gravedad y la duración del factor estresante, y la capacidad del individuo para afrontarlo. El estrés psicológico puede tener un efecto general sobre el sistema inmunológico, causando no solo una supresión inmunológica, sino también un desequilibrio que posiblemente contribuya a una reacción autoinmune5,6.
El descanso debe ser suficiente. El sueño es un importante regulador del sistema inmune, por lo que un número de horas de sueño reparador favorece un óptimo funcionamiento de nuestro sistema de defensas.
La actividad física aeróbica y de intensidad moderada debe formar parte de nuestra vida de forma regular y pautada (caminar, nadar, montar en bicicleta, etc.)4. Se ha sugerido que la actividad física en los niños, igual que en los adultos, regula la actividad inmunológica e induce efectos antiinflamatorios7.
Referencias:
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