La Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII) incluye una serie de patologías inflamatorias crónicas que afectan principalmente al tracto gastrointestinal. Entre ellas, destacan la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa, consideradas de gran importancia clínica, pues su incidencia se está viendo incrementada en los últimos años1. La colitis ulcerosa afecta exclusivamente a la mucosa del colon generalmente de forma continua, mientras que la enfermedad de Crohn puede afectar a cualquier zona del tracto gastrointestinal con carácter discontinuo.
No existe una causa única, sino que son diferentes elementos combinados los que pueden estar implicados en el desarrollo de la EII. Entre ellos se encuentran cierta predisposición genética, determinados factores ambientales, la microbiota y una respuesta inmune anómala. Sin embargo, aún no se conoce bien dicha interacción, pues tanto la enfermedad de Crohn como la colitis ulcerosa son enfermedades complejas y poligénicas2.
La sintomatología más frecuente es a nivel gastrointestinal, aunque en ocasiones pueden presentarse manifestaciones extraintestinales. Encontramos una gran cantidad de síntomas que pueden diferir en función de la patología, como dolor abdominal, diarrea, fiebre, pérdida de peso y retraso en el crecimiento, entre otros. En determinadas situaciones, además, aumenta el riesgo de complicaciones como fístulas, estenosis y abscesos, y otras menos frecuentes como cáncer2.
En cuanto a su diagnóstico, no existe ninguna prueba específica para la EII. Ante la sospecha se debe realizar una combinación de pruebas médicas y evaluaciones de los síntomas, como endoscopia alta, ileocolonoscopia y estudio baritado intestinal. Además, se recomienda realizar un análisis de heces y sangre, aunque pueden ser pruebas no concluyentes porque las alteraciones hematológicas dependen de la actividad inflamatoria y de los trastornos de absorción. Por último, cabe mencionar que existen otras pruebas como el diagnóstico diferencial, que se realiza para descartar posibles enfermedades con síntomas similares2.
Numerosos estudios han demostrado la asociación de la dieta con el aumento de la incidencia de esta patología en los países desarrollados, sin embargo, esta interrelación resulta compleja. Entre algunas recomendaciones de la Sociedad Europea de Nutrición Enteral y Parenteral (ESPEN) para la prevención de EII se encuentran las siguientes3-5:
La intervención nutricional debe ser planificada individualmente teniendo en cuenta tanto los requerimientos calóricos y nutricionales, como el estadio de la enfermedad (enfermedad en remisión frente a enfermedad activa).
Para los pacientes con EII que se encuentran en fase de remisión, no sería necesario modificar la alimentación o realizar una dieta específica, pues ninguna de las dietas de exclusión parece ser eficaz. Sin embargo, frecuentemente se observa la aparición de ciertas intolerancias alimentarias en estos pacientes como mala tolerancia a alimentos flatulentos, lactosa, especias, hierbas, fritos y alimentos ricos en fibra5.
La intervención nutricional en esta etapa se debe centrar en evitar el deterioro nutricional producido por la sintomatología propia de la enfermedad. Es necesario tener en cuenta aspectos alimentarios como el tipo y la cantidad de fibra consumida, la composición de los hidratos de carbono, las cantidades de aditivos utilizados en los alimentos, así como el impacto producido por compuestos como antocianinas entre otros, con el fin de poder realizar una adecuada modificación dietética6. Por otro lado, un aspecto clave a tener en cuenta es el aporte proteico, que según las recomendaciones de la ESPEN debe ser entre 1,2-1,5 g/kg/día para revertir el catabolismo inducido por la inflamación en estado activo de la enfermedad5-6.
En general, no existe evidencia de una dieta consenso para promover la remisión en pacientes con EII. Actualmente se habla de dieta baja en FODMAP y dieta sin gluten/sin lactosa como estrategias para disminuir los síntomas en caso de la presencia de intolerancias individuales, pero aún no se tienen datos sobre los efectos beneficiosos de este tipo de dietas. En su caso, siempre deben ser planificadas y supervisadas por un profesional de la nutrición (por ejemplo, un dietista-nutricionista) realizando un seguimiento exhaustivo con el fin de evitar posibles déficits nutricionales5.
Bibliografía
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