La alergia alimentaria es una patología frecuente y potencialmente grave cuya prevalencia ha aumentado significativamente en las últimas décadas en los países industrializados. Es el resultado de una respuesta inmunológica exagerada del organismo frente a alérgenos alimentarios, y puede presentarse como una reacción inmediata o retardada1,2. Puede afectar a niños de todas las edades y adultos en diferentes etapas de su vida, y tiene un gran impacto en la calidad de vida de los pacientes y sus familias1,2.
Detectar una alergia alimentaria no es fácil, puesto que los síntomas pueden ser muy variados e inespecíficos. Los médicos de atención primaria (AP) son los que más atienden a los pacientes que padecen posibles síntomas alérgicos por alergia alimentaria. Intervienen en la fase de sospecha, cuando se intenta establecer una relación entre la clínica del paciente y el alimento o alimentos que la producen. Por lo tanto, es importante asegurar una evaluación adecuada en este contexto, y derivar a aquellos pacientes que necesitan una consulta especializada1-3.
Hay que diferenciar las alergias alimentarias de las reacciones adversas e intolerancias a los alimentos. En las intolerancias se pueden ingerir pequeñas cantidades de alimento sin que produzcan síntomas, mientras que, en las alergias, los síntomas aparecen siempre que el organismo entra en contacto con el alimento causante de la reacción inmunológica1.
Los principales síntomas de las alergias alimentarias pueden afectar a la piel y las mucosas (urticaria, edema, prurito, conjuntivitis y rinitis); al tracto gastrointestinal (vómitos, dolor abdominal y diarrea); a las vías respiratorias (edema laríngeo, tos, sibilancias, estornudos y disnea), y al sistema cardiovascular (hipotensión, taquicardia y hasta paro cardiaco)2. La reacción alérgica más grave y potencialmente mortal es la anafilaxia, que afecta a todo el organismo y se inicia de forma brusca tras el contacto con la sustancia alergénica3.
Algunos de los alimentos que con más frecuencia desencadenan alergias alimentarias en Europa son la leche, el huevo, los frutos secos, los pescados y mariscos y las frutas1-3.
La alergia a la leche de vaca y la alergia al huevo son las más comunes en los niños Los principales síntomas de la primera son gastrointestinales (irritabilidad persistente, molestias, reflujo gastroesofágico, sangre y/o mucosidad en las heces, y vómitos y/o diarreas de diferente gravedad), mientras que la alergia al huevo suele manifestarse por picor en boca y paladar, ronchas y habones en la piel, y congestión nasal2,3.
En los adultos, la alergia a los frutos secos es una de las más frecuentes, aunque se inicia a una edad temprana. Puede causar síntomas por contacto mínimo y desencadenar cuadros muy graves de anafilaxia, por lo que hay que ser muy cuidadosos y no ingerir ningún alimento con posibles trazas de frutos secos1,2.
¿Se pueden evitar o tratar las alergias alimentarias?
Las alergias alimentarias pueden prevenirse introduciendo de forma muy cautelosa los nuevos alimentos en el primer año de vida del bebé. Cuando ya se ha manifestado una alergia alimentaria, la única medida posible es la eliminación de la dieta de los alérgenos responsables del cuadro1,3.
Tanto el paciente como sus cuidadores deben recibir información completa de la enfermedad y sus consecuencias, aprender a identificar los síntomas de una reacción y conocer el tratamiento indicado en caso de reacción. Es recomendable que el paciente con alergia alimentaria lleve una placa identificativa con las alergias que tiene y sea muy prudente cuando come fuera de casa y al comprar los alimentos, vigilando la composición de los productos que consume y sus posibles trazas1,3.
Bibliografía
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