Los clásicos estudios experimentales que relacionan la nutrición con el sistema inmunitario hacen referencia a la importancia de la lactancia materna en el desarrollo del niño o cómo las situaciones de desnutrición afectan a la actividad inmunitaria. Numerosos estudios actuales analizan el papel que tienen distintos nutrientes en el funcionamiento óptimo del sistema inmune.
El sistema inmunitario se clasifica en innato o de respuesta inmediata ante un patógeno y de respuesta adaptativa con memoria inmunológica para generar posteriormente una reacción más eficaz y específica. En dicha respuesta inmune, las células T son esenciales para reconocer los antígenos y elaborar sustancias de defensa como el interferón gamma o la interleucina. Pero también son fundamentales las células B, responsables de producir los distintos anticuerpos o inmunoglobulinas (Ig) de respuesta específica al antígeno (Ig M, Ig G, Ig A, Ig E o Ig D). Estas células precisan citoquinas para su adecuado control y deben estar coordinadas con las células T que las elaboran.
Toda esta coordinación y cascada de respuesta inmunitaria precisa cantidades mínimas de micronutrientes específicos para su funcionamiento óptimo y supone un incremento de las necesidades metabólicas en procesos infecciosos e inflamatorios. Así, por ejemplo, la vitamina A o el zinc son fundamentales en la regulación de la división celular, el aminoácido arginina es esencial en la generación de óxido nítrico por los macrófagos y la vitamina C es un potente antioxidante que promueve la fagocitosis, mejora la barrera epitelial y la proliferación de células B y T, entre otros.
Las dietas occidentales se asocian a un mayor riesgo cardiovascular y tienen un fuerte componente inflamatorio por ser dietas ricas en azúcares refinados, sal, grasas saturadas y trans pero bajas en hidratos de carbono complejos, fibra y micronutrientes u otras moléculas bioactivas. En cambio, dietas más saludables como la Mediterránea son ricas en verduras, frutas, frutos secos, legumbres y pescados . Esta dieta se asocia a un menor riesgo de enfermedades crónicas como las cardiovasculares o el cáncer y una de las explicaciones podría estar en el efecto protector de los polifenoles y ácidos grasos poliinsaturados omega-3 que interfieren con las señales inflamatorias a nivel intestinal. De hecho, los polifenoles tienen un efecto antinflamatorio e inmunomodulador, el zinc es fundamental para mantener el sistema inmune, el selenio es necesario para el funcionamiento enzimático, la glutamina y la vitamina D para que funcionen de modo óptimo las células inmunológicas y las vitaminas C y E como antioxidantes necesarios en un sistema inmune competente. La vitamina C no puede ser sintetizada por el ser humano y depende del aporte exógeno a partir de frutas con alto contenido como el kiwi, que también aporta fibra y mejora la microbiota intestinal, o de verduras como el brócoli.
Una dieta saludable debería basarse en los siguientes criterios:
En resumen, numerosos estudios científicos actuales analizan la importancia que tiene la nutrición en el adecuado funcionamiento del sistema inmunitario. Las cantidades de micronutrientes diarios se aseguran si consumimos productos frescos como frutas y verduras, legumbres, cereales integrales, lácteos, pescados y carnes en el contexto de una dieta saludable. Salvo que existan carencias nutricionales conocidas, las evidencias científicas aún no han demostrado un beneficio neto de los suplementos frente a su aporte a partir de estos alimentos.
Una dieta saludable garantiza el aporte de los micronutrientes necesarios para el sistema inmune, sobre todo de aquellos que no son elaborados por el organismo, como es el caso de la vitamina C. Este aporte se garantiza con el consumo regular de frutas frescas como el kiwi que nos proporcionan los 100-200 mg diarios necesarios o verduras como el brócoli. Además de una dieta saludable, es importante hacer actividad física al menos 150 minutos semanales para mantener un buen estado de salud.
Bibliografía
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