Un sistema inmunitario que funcione bien es fundamental para la supervivencia. Para combatir los microorganismos patógenos, el elaborado sistema de defensa inmunológica comprende barreras físicas y bioquímicas, células inmunitarias especializadas y anticuerpos que se dirigen específicamente al patógeno. El sistema inmunitario también ayuda a reparar el daño causado por agresiones nocivas de factores externos, como contaminantes ambientales y toxinas presentes en los alimentos. Las barreras físicas como la piel, el vello corporal y las membranas mucosas ayudan a prevenir la entrada al organismo de estas potenciales amenazas1.
Si las barreras físicas se eluden, los mecanismos bioquímicos identifican rápidamente cualquier molécula «no propia» y destruyen y eliminan la amenaza a través de una miríada de células inmunes (p. ej. neutrófilos y macrófagos) y citocinas (involucradas en la señalización celular), que luego reparan cualquier daño. Los agentes invasores específicos, como los patógenos y los tejidos extraños, pueden activar funciones inmunitarias adaptativas más lentas que utilizan las células T y B. Estas reconocen antígenos específicos del microorganismo invasor y forman anticuerpos contra él, que permiten su identificación para que otras células inmunitarias los ataquen o neutralizan al patógeno directamente1.
El intestino humano está habitado por billones de microorganismos que componen un ecosistema dinámico implicado en la salud y la enfermedad; es lo que se conoce como microbiota. La composición de la microbiota intestinal es única para cada individuo y tiende a permanecer relativamente estable durante toda la vida, aunque pueden observarse fluctuaciones transitorias influenciadas por numerosos factores, como la dieta y algunos medicamentos2.
La microbiota intestinal debe ser considerada un órgano real, con funciones bien definidas, algunas de las cuales influyen en el desarrollo y la función del sistema inmunitario3:
La alteración de la microbiota puede dar lugar a desregulación inmunológica, y contribuir a la aparición de trastornos inflamatorios y autoinmunes crónicos4.
La dieta es un factor modificable clave que influye en la composición de la microbiota intestinal, lo que indica el potencial de los hábitos dietéticos para manipular la diversidad, la composición y la estabilidad microbianas2. De hecho, se ha demostrado que algunos alimentos de origen vegetal como frutas (entre ellas el kiwi), verduras y legumbres contienen componentes capaces de modular la microbiota intestinal, favoreciendo así el desarrollo de una microbiota intestinal sana y equilibrada5.
Referencias:
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